Consideremos el siguiente experimento mental, propuesto por Tim Urban:
Imaginen que disponemos de una máquina del tiempo con la que viajamos a 1750, una época sin electricidad ni telecomunicaciones, en la que las máquinas el transporte depende de la fuerza animal o humana. A nuestra vuelta, traemos un habitante de aquel año hasta el presente, exponiéndolo a la tecnología actual, automóviles, aviones, telecomunicaciones, dispositivos móviles, medicina actual, fotografía, vídeo, GPS, videoconferencia y tantos otros avances. El choque psicológico sería tan brutal que podría literalmente, volverle loco.
Si nuestro invitado quiere repetir el experimento, partiendo de 1750, ¿cuántos años tendría que retroceder para que el choque que recibiera su hombre del pasado fuera similar al que sufrió él? Volver hasta 1500 no sería suficiente: los cambios producidos no fueron, ni mucho menos, tan radicales como para que una persona de 1500 no pudiera entenderlos. Probablemente, tendría que retroceder hasta el 12.000 A.C., antes de la revolución de la agricultura, para causar un verdadero trauma a su invitado.
Esta tendencia de fuerte aceleración del cambio tecnológico es lo que Ray Kurzweil llama «Ley de los Retornos Acelerados» y tiene una consecuencia muy importante: nuestra experiencia anterior sobre la velocidad del cambio tecnológico no nos prepara para estimar correctamente la velocidad con que este cambio se producirá en nuestro futuro y siempre tendemos a subestimarla.
Si hay una tecnología que puede revolucionar nuestra sociedad y tener un impacto dramático en la economía, esta es la Inteligencia Artificial»
Si hay una tecnología que puede revolucionar nuestra sociedad y tener un impacto dramático en la economía, esta es la Inteligencia Artificial (IA). Algunos expertos consideran la IA como «EL problema a resolver» o «la última solución», en el sentido de que, una vez conseguida una IA suficientemente avanzada, ésta podría resolver todos los demás problemas de la Humanidad.
El avance de la tecnología de IA ha sido también muy acelerado, especialmente en los últimos años, con hitos como Deep Blue, el programa de IBM que consiguió vencer por primera vez a un campeón mundial como Kasparov, Watson, que consiguió proclamarse vencedor de Jeopardy o AlphaGo (DeepMind), que batió al campeón mundial de Go Lee Sedol.
Todas estas hazañas fueron considerados como «objetivos inalcanzables para una máquina» hasta el momento en el que la máquina las alcanzó. Sin embargo, la opinión general parece seguir siendo que la IA nunca alcanzará a los humanos.
Los expertos son casi unánimes en la opinión de que la IA no sólo alcanzará, sino que pronto superará a la inteligencia humana»
Mientras tanto, los expertos son casi unánimes en la opinión de que la IA no sólo alcanzará, sino que pronto superará a la inteligencia humana. Hoy ya estamos rodeados de IA, de propósito especializado, como es el caso de Siri, Google o Amazon. Es lo que se llama ANI (Artificial Narrow Intelligence). Se trata de sistemas que ejercen funciones sorprendentes, pero en un ámbito muy concreto y que, por tanto, no nos parecen nada del otro mundo. La generalización de estos sistemas, la AGI (Artificial General Intelligence) llegaría a equipararse con el cerebro humano. Según la gran mayoría de los expertos, ese será el momento de despegue de las AI, que, por un proceso de automejora, llegarán al estado de ASI o Artificial Super Intelligence.
A partir de ahí, parece que hablemos de ciencia ficción. Se plantean muchas incógnitas, empezando por las intenciones que una ASI podría tener, incluyendo, quizás, el fin de la Humanidad tal como la conocemos. En cualquier caso, dejemos este terreno de la alta especulación.
En este proceso, han desaparecido gran cantidad de puestos de trabajo, pero han ido apareciendo otros de mayor nivel, más creativos, que seguían requiriendo nuestros cerebros humanos»
Desde la Revolución Industrial, pasando por la de la informática, las máquinas han ido sustituyendo a los seres humanos, primero como fuente de energía, luego en trabajos mecánicos físicos, más tarde en trabajos administrativos, técnicos y científicos, mejorando todo lo que los humanos pueden hacer. En este proceso, han desaparecido gran cantidad de puestos de trabajo, pero han ido apareciendo otros de mayor nivel, más creativos, que seguían requiriendo nuestros cerebros humanos.
Esta evolución se ha apoyado mayoritariamente en un sistema económico más o menos capitalista (o como ustedes deseen llamarlo) que compensa el esfuerzo del trabajo con el pago de un dinero que permite el consumo de los bienes producidos. Mantener el equilibrio entre lo producido y lo consumido requiere mecanismos a veces perversos, como el consumismo o la obsolescencia programada y deja al margen a aquellos que no pueden conseguir el puesto de trabajo que les permita ser miembros de pleno derecho del sistema.
¿Qué ocurrirá cuando la casi totalidad del trabajo lo realicen las máquinas y se puedan producir todos los bienes necesarios a un precio despreciable? Por supuesto, esto es una utopía, pero ya hay autores, como Guillermo Arosemena (Economía de la Abundancia), que lo anticipan, no partiendo de un deseo de justicia social o del ideal de un paraíso en la tierra, si no en la observación de la evolución de la tecnología.
Por supuesto, las cosas pueden salir mal, nunca hay que subestimar nuestra capacidad como especie para tomar las decisiones equivocadas. El cambio no será fácil ni exento de problemas y todo puede fracasar, pero la posibilidad es real. Hasta ahora, la Humanidad ha conseguido superar todos los obstáculos, aun de manera parcial y a veces chapucera, pero lo cierto es que el Mundo, en conjunto, jamás ha estado en una situación mejor que la actual, considerando criterios económicos y hasta de bienestar social.
Quizás, dentro de poco, podamos vivir sin trabajar. ¿A qué nos dedicaremos?»
¿Podría ser el final de la maldición bíblica del trabajo? Algunos países, como Finlandia o Noruega están ya haciendo experimentos limitados con la renta básica universal, impulsados por gobiernos conservadores. Quizás, dentro de poco, podamos vivir sin trabajar. ¿A qué nos dedicaremos? No cabe duda de que vamos a tener mucho trabajo para decidir cómo adaptar nuestra sociedad y nuestros modelos económicos a esta nueva situación.
Fuente: Expansión
Por Miguel A. Juan, Socio Director de S2 Grupo